1000 Conciertos

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viernes, 8 de noviembre de 2013

#7 THE ROLLING STONES, 17 Junio 1990, Estadio Vicente Calderon, Madrid



Con Ellos En La Distancia
Nacho Sainz De Tejada, El Pais 18/6/90

The Rolling StonesMick Jagger (voz, guitarra, armónica), Keith Richards (guitarra, voz, coros), Charlie Watts (batería), Bill Wyman (bajo), Ron Wood (guitarra). Músicos acompañantes: Chuck Leavell (teclados, coros), Matt Clifford (teclados, coros), Bobby Keys (saxo), Crispin Cioe (saxo alto y barítono), Amo Hecht (saxo tenor), Hollywood Paul Litteral (trompeta), Bob Funk (trombón), Loreley McBroom (coros), Sophia Jones (coros), Bernard Fowler (coros). 60.000 personas. Precio: 4.000 pesetas. Estadio Vicente Calderón. Madrid, 16 de junio.

Los prismáticos no mentían. Efectivamente, allí estaban los Rolling Stones. Veintisiete años de carrera y 60.000 personas les contemplaban. Keith Richards, el guitarrista con aire de eterno ausente. Charlie Watts, como un elegante profesor de batería. Bill Wyman, bajista con aspecto de funcionario del rock. Ron Wood, con su guitarra tapahuecos. Y Mick Jagger, salvando la imagen del grupo en su papel de defensor del arquetipo stoniano.

 

El sonido llegaba lejano, pero cuando explotaron los petardos y sonó el Start me up, aquello fue una apoteosis que el grupo británico no fue capaz de repetir hasta el final del concierto, casi dos horas y media después. En cuanto a calidez y emoción, los Rolling Stones decepcionaron en su reaparición en Madrid tras ocho años de ausencia. Musicalmente fue otra cosa.
La música de los Stones es como el catón: simple y elemental. Su inspiración en raíces negras busca la emoción a través de la máxima sencillez, y la sofisticación brilla por su ausencia. En esta austeridad musical es donde reside la grandeza del grupo británico; en su incapacidad de fundir esta elementalidad musical con un espectáculo basado en la grandiosidad radica su fallo.
Las magníficas canciones compuestas por Mick Jagger y Keith Richards no necesitan adornos superfluos. Sobra el escenario de 72 metros de largo por 25 de alto. Tampoco aportan gran cosa los 10 músicos que llevan de acompañantes, a excepción del color y calidad que proporcionan el teclista Chuck Leavell y el saxofonista Bobby Keys. Ni las muñecas y los perros hinchables que flanquean el escenario en algunas canciones. Ni los ascensores para izar a Jagger a lo alto para que cante en su particular minarete rockero. Muchas canciones de los Rolling Stones son excepcionales, han entrado con pleno derecho en la cultura popular y se defienden solas.
En esta dualidad se mueven los Stones: austeridad hacia dentro y espectacularidad hacia fuera. La primera está representada por la introversión artística de Richards, Watts y Wyman; la segunda, por Jagger y el montaje. Y si en Madrid hubo algún vencedor, ese fue Jagger, con su espectacularidad y su montaje, que sepultaron la música, limaron su emoción y dejaron al público sin saber a qué carta quedarse.
El recital fue frío y dio la sensación de que la sorpresa era imposible, lo que es particularmente grave en una música basada en el sentimiento de un instante. Con todo a su- favor y el público predispuesto y entregado desde el comienzo del recital, los Rolling Stones no alcanzaron el grado de comunicación deseable, salvo en algunos momentos magníficos.
Desde el inicial Start me up hasta la interpretación, 45 minutos después, de Rock in a hard place, el recital cayó en un bajón que se recuperó de nuevo con Honky tonk woman. Tampoco fue brillante el acercamiento psicodélico a 2000 light years from home ni la interpretación de Simpathy for the devil, aunque en la recta final -Gimme shelter, It's only rock and roll, Brown sugar, Jumpin Jack flash y Satisfaction- el grupo alcanzó la apoteosis esperada.
A la una de la madrugada el cielo se iluminó con una traca de fuegos artificiales mientras muchos comentaban el concierto de 1982 en el mismo escenario. Ocho años después no ha sido lo mismo, aunque en el haber del recital hubo cosas para añoranzas futuras: la interpretación en solitario de dos canciones de Keith Richards y su improvisación en Simpathy for the devil, el buen hacer como guitarrista de Ron Wood, la esencia tranquila de Charlie Watts y Bill Wyman, la seguridad y carisma de Mick Jagger.
Y también el respeto y el homenaje de un público que acudió y degustó tranquilamente algunas de las mejores canciones de las tres últimas décadas, demostrando que está con los Stones. Con ellos en la distancia.

No es sólo 'rock and roll'

Los Rolling Stones son algo más: el signo de unos tiempos donde el componente socioeconómico es tan importante como el musical. Este se inspira en el rock and roll, una música que nació a mediados de la década de los cincuenta derivada del blues, con una estructura de 12 compases y tres acordes. Cualquiera que tenga una guitarra y sea capaz de hacer el la-re-mi, puede atreverse a esbozar el Honky tonk woman con ciertas garantías de éxito. De ahí a componer rnaravillas como Heart of stone, The last time, Play with fire, I'm free o As tears go by, entre muchas otras, hay un abismo. Jagger y Richards son maestros que merecen un absoluto respeto, pero la esencia y el alma pueden ser las mismas que las de un principiante con una guitarra cochambrosa.El grupo británico apareció en 1963 en plena expansión capitalista, que situó a los jóvenes con la fuerza social y Política que proporciona el acceder al poder adquisitivo. Con su nacimiento, los Rolling Stones se hicieron portavoces de la ideología de una juventud que decidía conscientemente oponerse a los valores defendidos por sus mayores.
Desde entonces han pasado 27 años, toda una generación, y las cosas han cambiado. La revolución juvenil de los sesenta se ha convertido en los ochenta en apatía hedonista y los Stones han sepultado el contenido crítico de su postura mientras veían cómo crecían los intereses comerciales de su música.
Los Rolling Stones no están pasados de época. Muy al contrario. Nadie puede mantener el éxito instalado en el desfase, porque la nostalgia no llena estadios. Los Stones conservan su gancho porque, igual que en los sesenta representaban rebeldía, espíritu de calle, riesgo, novedad y ruptura, hoy significan establecimiento, espíritu de élite, conservadurismo, clasicismo e instalación. Permanecen arriba porque continúan siendo el espejo de una porción importante de la sociedad que les acompaña en su camino.
Los Stones nacieron porque existía un sentimiento de ruptura y los jóvenes necesitaban estímulos musicales diferentes a los establecidos. En 1963, mientras los padres escuchaban a Frank Sinatra, sus hijos se identificaban con los recién nacidos Stones. En 1963, los jóvenes hubieran despreciado a un vejestorio de 48 años como Sinatra subido encima de un escenario. Hoy, la edad media de los cinco Stones es de 47 años y padres e hijos van juntos a los recitales del grupo británico.
Y como unos nuevos Sinatras, los Rolling Stones permanecen tranquilos en su situación de clásicos respetados que han cimentado fama y fortuna rentabilizando rebeldías de otros tiempos. Bob Dylan, otro maestro, ya predijo que esos tiempos iban a cambiar. Sólo se equivocó en la dirección del cambio.

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