1000 Conciertos

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martes, 12 de noviembre de 2013

#25 BRUCE SPRINGSTEEN. 2 Agosto 1988, Estadio Vicente Calderón, Madrid

 

 

Bruce Springsteen encandiló con sencillez

 
A las nueve y cuarto salió Bruce Springsteen al escenario ante el delirio de los 60.000 espectadores que abarrotaban el estadio Vicente Calderón. En la mano, globos en forma de corazón. Pasó por una taquilla y gritó: "¡Hola Madrid! ¿Estais listos?". Acto seguido comenzó con la canción Tunel of love de su último disco: "Un hombre gordo, sentado en un pequeño taburete, me quita el dinero de la mano mientras te mira y me da dos entradas. Sonríe y dice: ¡Buena suerte! abrázate a mí, vamos a descender por el túnel del amor". Este fue el comienzo de una actuación que encandiló a todos los asistentes. En la segunda canción, se adentró en el terreno del rythm and blues con la canción Boom boom popularizada en Europa por Los Animals, logrando una excelente versión. El público ya estaba entregado ante la energía, potencia y sencillez de planteamientos de este norteamericano de 38 años. A su lado, a imagen y semejanza de Springsteen, vestidos de negro (excepto el saxofonista Clarence Clemonds, de rosa) la E Street band tocando como si fuese la primera vez, con unos componentes que rozan los 39 años de edad media.

Comunicación estrecha

E Street Band y Bruce Springsteen lograron en Madrid, al final de una extensa gira que se inició el pasado 25 de febrero en Boston y saltó a Europa el 11 de junio en Turín, una comunicación estrecha, directa y personal que es difícil de igualar en el sofisticado panorama del rock actual.

Tras un: "Mucho calor, ¿no?" continuó con un repertorio poco habitual en su gira. Llegó The River y Badlands una de las canciones más representativas de su repertorio: "El pobre quiere ser rico, el rico quiere ser rey y el rey no está contento hasta que no lo decide todo". Textos de hace años de un Springsteen que toda vía estaba en el camino de convertirse en la estrella del rock que es hoy.

"Esta es una canción sobre una mujer. . .", presentó encaste llano. Con un sentido del espectáculo, tan cuidado como espartano, logró más tarde que los 60.000 espectadores entonasen Born in the USA: "Nacido allá en el pueblo de un hombre muerto, el primer sobresalto que tuve fue cuando toqué el suelo. Uno acaba como un perro al que han pegado demasiado".

Finalizó la primera parte interpretando a uno de sus maestros en una de sus más bellas canciones: Bob Dylan y Chimes of freedom, mientras el público gritaba: ¡Torero, torero!". A Bruce Springsteen le sienta como un guante lo que escribió Jack Kerouac: "Esa sensación de locura cuando el sol calienta y la música brota de una máquina de disco". Logró una comunicación directa que su carisma la convierte casi en un cara a cara.

Tras más de media hora de descanso, la segunda parte comenzó con una alternativa. Junto a Clarence Clemons, apareció en el escenario su hijo, que apenas levanta dos palmos del suelo, pero que ya se cuelga el saxo. Springsteen, con chaleco y corbata de lazo, abrazó al saxofonista y el ambiente volvió a caldearse. Después, con escenografía recordando a los años 60, rock and roll clásico y a continuación soul, las dos raíces más importantes en las que se sustenta la inspiración de Bruce Springsteen. Continuó bailando con Patti Scialfa, dando paso a la parte más estudiada de cara a la galería. Springsteen ofreció en Madrid un concierto bien desarrollado, estudiado al detalle y que mostró el largo y provechoso camino recorrido por un cantante que comenzó su escalada con Born to run: 'Algún día, chica, no sé cuando, llegaremos a ese sitio donde queremos ir y pasearemos al sol. Pero hasta entonces, los vagabundos como nosotros nacimos para correr".

Hoy Bruce Springsteen cierra su gira mundial en Barcelona, en condiciones bien diferentes de las de su actuación del 21 de abril de 1981 en esa ciudad. Hoy Bruce Springsteen es un triunfador total. Han sido más de 60 ciudades de América y Europa y tres millones de personas habrán asistido a sus conciertos. En septiembre le espera una gira organizada por Amnistía Internacional para conmemorar el 4 aniversario de la Declaración de Derechos Humanos.

2-8-1988: aquella noche eterna del 'Boss'

 

BORJA HERMOSO 16 JUL 2008

La noche en la que The Boss no se quería marchar no es el título de un sueño imposible, sino el resumen urgente de un concierto eterno, allá en el estadio rojiblanco, ribera del Manzanares. Llegaban Springsteen, Patti Scialfa y la E-Street Band al Vicente Calderón siete años después de otra noche sin fin, aquella que tuvo como escenario el Palacio de Deportes de Barcelona y como sonido los abrumadores surcos de The River, para muchos la cumbre de las cumbres springsteenianas, y para otros, no, claro, que para eso están Born to Run o Darkness on the Edge of Town.
Dos décadas ya, pero qué fácil recordar The Promised Land, Badlands, Adam Raised a Cain o Sherry Darling, qué actual se antoja hoy aquel lejano escalofrío en mitad de los 32 grados del ferragosto del Foro. Pero sobre todo, qué fácil volver a sentir aquellas sensaciones increíbles compartidas con más de 50.000 almas, ante la avalancha que al personal se le venía encima en forma de acontecimiento sobrenatural: dos horas y media después de haber saltado al escenario, Springsteen y familia seguían allí berreando rock. La cosa era más o menos sencilla: aquella noche, la E-Street Band no se quería ir. El porqué, ah, no se sabe.
Cuando, en teoría, Springsteen y los suyos tenían que estar ya en el aeropuerto, seguían tocando en el Calderón

El Jefe del Cotarro, la musa Patti Scialfa, el gigante Clarence Clemons, el kamikaze Steve Van Zandt (quién le iba a decir que acabaría reconvertido en carne de estrella televisiva vía Los Soprano), Roy Bittan, Max Weinberg, Gary Tallent, Nils Lofgren, Danny Federici (fallecido el pasado 17 de abril)... todos permanecían subidos allí, en lo alto de la gigantesca tarima, y venga un bis, y venga otro bis, y venga otra propina, y aquello parecía más un grupo de conejitos Duracell con batería eterna que una banda de rock profesional.

 
Hubo aquella noche hasta un pobre cronista de prácticas al que un compañero que vivía junto al Calderón había prestado su propia casa para ganar tiempo. "Toma las llaves y vete a casa, escribes y mandas la crónica a toda hostia, pero para eso te tendrás que salir antes de que acabe el concierto, si no, no legamos al cierre", ordenó alguien al becario. Bien. Pero ocurrió que, a eso de las 12 de la noche -cuando en teoría Bruce Springsteen y su tropa tenían que estar ya camino del aeropuerto de Barajas rumbo a nuevas etapas de su gira europea- el ignorante y despavorido tribulete rezaba para sus adentros: "Que acaben ya, que acaben ya, que acaben..". Pero aquella del 2 de agosto del 88 era la noche en la que la E-Street Band no se quería ir. Curioso. Hay, hubo, en la historia del rock and roll, grandes bandas capaces de ofrecer maravillosas veladas en cosa de 50 minutos, Los Ramones, por ejemplo. Y hay bandas a las que las noches se les quedan pequeñas, como la ESB de aquellos efervescentes 80. Unos músicos que, en la escena de entonces, no tenían rivales claros en lo que suponía la puesta en escena de la adrenalina rockera.
Mañana, veinte años menos dos semanas después de aquel sueño que fue verdad, El Jefe regresa. Con más años y con más canciones a sus espaldas que aquella noche inolvidable, y seguro que más inspirado que cierto show en La Peineta de cuyo resultado es mejor no acordarse... No lo hizo ayer en Anoeta, y tampoco mañana en el Bernabéu bajará Springsteen al río con su chica para recordar cómo conducían juntos en el coche de su hermano.
Vuelve The Boss, mañana a Madrid y el sábado y el domingo al Nou Camp de Barcelona, después de reunir a 40.000 fieles en san Sebastián. Quién sabe, puede que la de mañana se convierta en la reedición de aquella noche eterna...

 

 

1 comentario:

  1. Ni tocó Sherry Darling ni The Promised land. Ni estaba Steve Van Zandt...

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