1000 Conciertos

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jueves, 12 de diciembre de 2013

#37 BIFFY CLYRO, La Riviera, 10 Diciembre 2013, Madrid

Biffy Clyro en Madrid: épicos, contundentes y un puntito horteras

La banda ofreció un sólido concierto en la capital, en el que el rock grandilocuente y coreado de su último álbum, 'Opposites', fue protagonista. Y la pregunta quedó en el aire: ¿por qué no llenan grandes pabellones aquí estos escoceses? Por Ivar Muñoz-Rojas



    
Concierto: Biffy Clyro
Lugar: La Riviera (Madrid).
Fecha: 10/12/13
Precio: 24/28€
Asistencia: 2.500 personas (lleno)
Cuesta entender por qué Muse y Foo Fighters tocaron ante decenas de miles en sus últimas visitas a Madrid, y Biffy Clyro lo hizo anoche en una sala de aforo medio en la capital. Sus temas de rock fogoso y épico son ideales para corear por masas, pueden gustar por igual al rockero entendido pero abierto como al papá cuarentón enrollado e, igual que la banda de Bellamy y la de Grohl, han crecido de forma escalonada, desde los últimos 90. Mientras en Gran Bretaña, con su último y ambicioso álbum, Opposites, su lugar en primera división ha quedado asegurado, en nuestro país la banda no pasa de gustar al compañero del curro que parece normal pero que escucha música rara.
A las 21.30 arrancó su concierto (¿se puede decir con puntualidad escocesa?), ante una sala de aforo medio, pero, eso sí, con las entradas agotadas. Desde el fuerte arranque con Different people el juego quedó claro: Biffy Clyro se presenta como un trío poderoso, aunque hay trampa: dos músicos adicionales, escondidos en la penumbra, contribuyen para que aquello suene con tanta fuerza (algún foco sobre ellos, más que en su escueta presentación, no estaría de más). Cuentan los miembros de Biffy Clyro que cuando empezaron a tocar eran raritos porque eran más de Nirvana que de Oasis, como el 99% de sus colegas, y no son palabras vacías: el contraste entre la cólera distorsionada y lo reposadamente bonito, la marca Kurt Cobain, es la espina dorsal de sus composiciones, sean más o menos rápidas, felices o tristes, directas o enrevesadas.
No sólo ellos crecieron con el grunge, posiblemente también tres cuartas partes de las dos mil y pico personas en La Riviera. No faltará el treintañero que echó en falta más canciones de sus primeros discos, más toscas y menos melosas, pero cuando se lanzaron con las más emotivas y pegajosas de su último álbum (Biblical, Opposite...), crearon la banda sonora ideal para una exaltación de la amistad en una cena de Navidad, en la que no queda una corbata puesta (por si hay quien quiere ir añadiéndolas a alguna lista de reproducción, ahora que se acerca el temible momento...). Y cuando atacaron con Modern magic formula hasta consiguieron que no suene a un tremendo disparate hablar de una mezcla de Territorial pissings, de los omnipresentes Nirvana, con Another brick in the wall, de Pink Floyd. Todo vale para crear un estribillo coreable.

E igual que Muse o Foo Fighters, tienen su punto hortera. Lo llevaron convenientemente bien medido, salvo cuando les dio por dejar al cantante solo con una guitarra acústica o en Spanish radio, lo que pasaría si a Coldplay le diera por versionear a Los Panchos. Afortunadamente, pisaron rápido el acelerador de nuevo en el último tramo del concierto, rozando por momentos el rock duro (The captain). Estos escoceses no deben ser los más dicharacheros del pub y parece que son conscientes de ello, porque fueron parcos en palabras. Mejor. Cuando dijeron eso de “Sois un público increíble”, en inglés, no hubiera quedado fuera de lugar un “Eso se lo dices a todos”. Ni siquiera levantó al público un recurso tan socorrido como lucir una bandera de nuestro país. El público quería más coros que palabras. Hasta se cantó el futbolero Seven nation army, de White Stripes, tras despedirse el grupo primera vez. 
Después de los bises (Opposite, Stingin' belle y Mountains), las luces se encendieron de forma deslumbrante y llegó el momento de decir adiós a su fiel público, ahora de verdad: “Somos los jodidos Biffy Clyro”, soltaron merecidamente triunfales. Antes actuaron Walking Papers, sólida banda con pesos pesados del grunge y con Duff McKagan, ex de Guns N' Roses, en sus filas. Otra de tantas vueltas que se dan en la música: con canas y teloneando a un grupo que no hubiera nacido sin el rock que algunos de estos veteranos crearon en Seattle más de dos décadas atrás, cuando los chicos de Biffy Clyro no tenían pelos en los sobacos.  
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#36 PAUL COLLINS. El Sol, 30 Noviembre 2013, Madrid.


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#35 THE WAVE PICTURES. 26 Noviembre 2013, Charada, Madrid

Camino de la excelencia

 
 
Hay algo de mágico en la fascinación sostenida, o más bien creciente, del público madrileño por The Wave Pictures, un grupo de pretensiones teóricamente modestas que a este paso acabará convirtiéndose en algo muy importante. El trío de Wymeswold sigue aferrado al sonido tosco, clásico, expeditivo de guitarra, bajo y batería, sin que parezcan interesarles mayores aditamentos. Pero su versatilidad crece en proporción parecida al estajanovismo. Tan incapaces de refrenarse en escena como de contener la catarata de creatividad, acaban de publicar un disco doble excelente, City forgiveness, que supone el undécimo de la colección. No es pobre bagaje para unos todavía veinteañeros criados en la campiña inglesa.
La voz punzante y las letras cáusticas e ingeniosas de David Tattersall siempre han remitido al maestro Jonathan Richman o a sus buenos amigos de Herman Düne, pero la paleta de colores luce cada vez más rutilante. TWP tienen tiempo de practicar blues-rock de pulso pesado (Chestnut), la perfección cándida de Softly you, softly me, esos cálidos arpegios africanizantes que los convierten en unos Vampire Weekend de garaje o un par de versiones de su adorado Daniel Johnston. Y hasta descubrimos en el batería Jonny Helm a un vocalista excepcional: a su exhibición de músculo en You’ve got a lot of nerve se le une el papel protagonista en la afortunadísima Atlanta, que parece escrita por Costello en los años de Armed forces.
El público que casi llenó la Charada (mañana repiten, con todo vendido) se reencontró con una banda que regresa cada año pero nunca ofrece el mismo concierto. Y, más importante, que ha abandonado el divertido desaliño por el camino de la excelencia. Como si hubiera reparado, más allá del factor lúdico (hay pocas cosas más divertidas que los discursos de Tattersall, anoche con parodia de Gotye incluida), en que son endiabladamente buenos.
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