27/10/2013
Si, como
dice Ferreiro, los "principios son finales disfrazados de oportunidades",
el cantante aprovechó la de ayer, con una Riviera entregada que había agotado
las entradas semanas antes para ver la presentación de uno de sus discos más
luminosos y contundentes, Miñor-Madrid. Historia y cronología del mundo,
en el que se sacude cierto poso de melancolía que salpicaba discos anteriores
con un trabajo lleno de positividad y energía.
Arrancó
la cita con Turnedo, cantada a voz en grito por todo el público, para
luego, poco a poco, ir introduciendo sus nuevos temas, como la íntima Boson
de Higgs ("hoy es el día en que entiendo el sistema solar, hoy ha
empezado a bailar el sistema solar"), que, excepto para los ferreiristas
más acérrimos, apenas era conocida por el público, mucho del cual había venido
a por sus dosis de siempre.
Y la
tuvieron. Años 80 o Promesas que no valen nada no pudieron faltar
casi al final de la cita para satisfacción de un público en el que, como
siempre, se mezclaban dos generaciones -tipos de la quinta de Ferreiro y
veinteañeros que conocieron a Los Piratas de oídas-. Ambos vibraron con
clásicos como Abrázame, Inerte, Tristeza o la catártica Canciones
para el tiempo y la distancia.
Como conocí a vuestra madre y sus lisérgicos ritmos fue uno de los temas nuevos
que más caló entre el público, junto a Alien Versus Predator o la
pegadiza Bamby Ramone. Aún habría tiempo durante las dos horas que duró
el concierto para escuchar Mi furia paranoica o Dormilón' o Solaris,
las dos canciones más redondas del nuevo trabajo, ansiadas por los ferreiristas
y cuya sobresaliente puesta de largo culminó un concierto notable, en el
quizá faltó un poco más de él, quizá más cercanía.
Y es que
con Ferreiro nunca es suficiente. Para sus seguidores él es como la letra de El
fin de la eternidad: "Mira esa luz, viene hacia aquí, la vimos
pasar". Siempre se hace corto.
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