Camino de la excelencia
El trío británico sigue seduciendo con sus anuales visitas madrileñas
Nunca se le había visto tan cerca de convertirse en una banda tan grande y poliédrica
Fernando Neira, El País.
Hay algo de mágico en la fascinación sostenida, o más bien creciente, del público madrileño por The Wave Pictures, un grupo de pretensiones teóricamente modestas que a este paso acabará convirtiéndose en algo muy importante. El trío de Wymeswold sigue aferrado al sonido tosco, clásico, expeditivo de guitarra, bajo y batería, sin que parezcan interesarles mayores aditamentos. Pero su versatilidad crece en proporción parecida al estajanovismo. Tan incapaces de refrenarse en escena como de contener la catarata de creatividad, acaban de publicar un disco doble excelente, City forgiveness, que supone el undécimo de la colección. No es pobre bagaje para unos todavía veinteañeros criados en la campiña inglesa.
La voz punzante y las letras cáusticas e ingeniosas de David Tattersall siempre han remitido al maestro Jonathan Richman o a sus buenos amigos de Herman Düne, pero la paleta de colores luce cada vez más rutilante. TWP tienen tiempo de practicar blues-rock de pulso pesado (Chestnut), la perfección cándida de Softly you, softly me, esos cálidos arpegios africanizantes que los convierten en unos Vampire Weekend de garaje o un par de versiones de su adorado Daniel Johnston. Y hasta descubrimos en el batería Jonny Helm a un vocalista excepcional: a su exhibición de músculo en You’ve got a lot of nerve se le une el papel protagonista en la afortunadísima Atlanta, que parece escrita por Costello en los años de Armed forces.
El público que casi llenó la Charada (mañana repiten, con todo vendido) se reencontró con una banda que regresa cada año pero nunca ofrece el mismo concierto. Y, más importante, que ha abandonado el divertido desaliño por el camino de la excelencia. Como si hubiera reparado, más allá del factor lúdico (hay pocas cosas más divertidas que los discursos de Tattersall, anoche con parodia de Gotye incluida), en que son endiabladamente buenos.
El público que casi llenó la Charada (mañana repiten, con todo vendido) se reencontró con una banda que regresa cada año pero nunca ofrece el mismo concierto. Y, más importante, que ha abandonado el divertido desaliño por el camino de la excelencia. Como si hubiera reparado, más allá del factor lúdico (hay pocas cosas más divertidas que los discursos de Tattersall, anoche con parodia de Gotye incluida), en que son endiabladamente buenos.
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